Viaje Interior
Mientras
avanzaba lentamente por aquel sendero
del oasis, Jesús dio un rápido repaso a los últimos años de su vida.
Había dejado
a sus padres y hermanos en Galilea. Había
recorrido muchos caminos, conocido diferentes países y pueblos, habiendo
adquirido conocimientos sobre el cuerpo y la mente de los seres humanos, seres
humanos como él, perdidos en la incertidumbre permanente de un destino.
Gracias a
sus habilidades manuales y a su determinación, siempre había encontrado hueco
en las caravanas que iban y venían por los límites del imperio de Roma.
Había partido
de Galilea en compañía de su primo Juan.
Con Juan
había compartido su infancia, su adolescencia y hasta su iniciación en los
placeres mundanos de la mano de aquella rica señora conocida como la Magdalena,
la cual era respetada y tolerada por el sanedrín de escribas y fariseos, por su
estrecha relación con algunos mandos romanos de la ocupación.
En su
devenir por los caminos, Jesús se había separado de su primo y al cabo de cuatro
o cinco años, se habían vuelto a encontrar en aquel oasis en mitad del
desierto.
Encontró a
Juan cambiado. Parecía feliz. Le habló de un proceso interior, de una
experiencia personal, de un contacto, de una fusión con la energía que fluía
permanentemente en todos los seres vivos.
Al principio,
pensó que Juan había adquirido la enfermedad de la locura. Con sus
conocimientos y recursos adquiridos se veía incapaz de comprender qué pasaba
por la cabeza de su primo. Después, pensó que quizás ese estado de Juan era
debido a la ingesta de algún tipo de baya, fruto o bebida de hierbas, a las que
tan aficionados eran los habitantes del desierto.
Trató de
comprender de qué le hablaba Juan y entabló con él un diálogo de preguntas y
respuestas que todavía lo confundieron más. La incapacidad de su primo para
describir cómo era ese contacto con la energía que da la vida, le hizo
cuestionarse sus conocimientos personales, adquiridos por su relación con diferentes
magos de oriente y que él consideraba como sus maestros, de la misma forma que
lo había sido su padre José, en su habilidad para diseñar y fabricar útiles de
madera.
Cuando Jesús
pronunció la palabra “maestro”, su primo Juan pareció descender de la “nube
disertativa” y le dijo que ahí estaba la clave.
El maestro
estaba allí, en el oasis y… allí le había revelado las técnicas para entrar en
contacto con la energía que lo mueve todo.
Ahora, algo parecía
encajar. Si había un maestro que le había mostrado algo a su primo,
también se lo podría mostrar a él.
Así fue como
Jesús de Nazaret conoció a Yusuf, jefe de la tribu que habitaba en el oasis.
Habían
transcurrido más de tres lunas llenas y la sensación de Jesús era que el tiempo
se había detenido.
Todas las
tardes al ponerse el Sol, Yusuf se reunía en su tienda con aquellos que querían
escucharle y les hablaba de lo maravilloso que era estar vivo y poder disfrutar
de ese hecho desde el interior de uno mismo.
Cantaban,
jugaban y reían al son de la música y el
aire se llenaba de dulces aromas.
La noche
anterior, Jesús había sido seleccionado por Yusuf para recibir las técnicas de meditación
al día siguiente.
Técnicas que
Yusuf practicaba desde que las había recibido de su maestro.
En el
transcurso de su estancia en el oasis, Jesús le había pedido la revelación de
estas técnicas varias veces, recibiendo siempre la misma respuesta de Yusuf:
“Siéntate cómodo, escucha y disfruta de los aromas del aire”.
Sin embargo, transcurrido un tiempo, solo
deseaba permanecer allí y disfrutar cada tarde de la presencia y la palabra de
Yusuf.
Cuando menos
lo esperaba, Yusuf le había convocado para revelarle las técnicas. Aún
recordaba las palabras de Yusuf de la noche anterior:
“Mira Jesús, no importa lo que hayas hecho hasta llegar aquí. Eso
forma parte del hecho indiscutible de que estás vivo.
Esta vida es un regalo, como el agua que brota en este oasis y que aparece y desaparece con la misma
facilidad.
Cuando te sea mostrada la luz que brilla dentro de ti; cuando oigas el
sonido de la cascada que llena de vida tu cuerpo; cuando sientas el aliento
primordial que no ha cesado de vibrar desde que naciste allí en Galilea y
cuando tu boca y tu nariz se llenen del aroma del néctar, que
fluye en tu interior; ese día habrás comenzado a caminar por el sendero del Conocimiento
de ti mismo”.
Recordando
estas palabras de Yusuf, había pasado la noche en completa vigilia entre la
excitación y el deseo.
La luz del
alba se abría paso haciendo desaparecer la sombra en las dunas.
Atrás
quedaban sus luchas internas.
Su primo
Juan caminaba en silencio a su lado. Lo sentía muy contento.
Iban a la
tienda de Yusuf, ya que este había convocado a Juan, para que hiciera labores
de guardia y nadie les molestara, mientras Yusuf le mostraba las técnicas.
Trascurrieron
otras tres lunas llenas y Juan decidió marchar a Galilea para ver a su anciana
madre y visitar a sus tíos y primos.
Jesús no
había decidido aún qué hacer y se quedó en el desierto, participando de los
trabajos comunes, practicando las técnicas que su nuevo maestro le había
mostrado, disfrutando de su propia experiencia y de la presencia de Yusuf,
siendo uno más en la tribu.
Cuando Yusuf
abandonó su cuerpo, Jesús experimentó que debía dejar el oasis y regresar a
Galilea…
Autor: Bitarracho
Me ha gustado. Pero qué nombre
ResponderEliminarPrecioso
ResponderEliminarMuy bueno
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