Miedo


Tarde de verano. El día llega a su fin.
El cielo está limpio. El pequeño display digital, alterna la temperatura de 24ºC con la hora.
Observo la plaza, con el Hospital ocupando la mitad del perímetro.
La pérgola que cubre la otra mitad de la plaza, está recorrida por bancos colectivos e individuales.
El griterío, antes ensordecedor por la presencia de los niños, se ha ido reduciendo y la charla relajada  de los mayores en un banco, contrasta con el tonteo y las risas también relajadas de los adolescentes del banco próximo.

Los mayores concentrados en sus rifi-rafes no se percatan del foco de atención de los adolescentes, que entre risas, empujones y chirigotas, están pendientes de la evolución de dos perritos, que pugnan por hacerselo con una perrita ”alta”.
Percibo la distribución por plantas de esa mole de ladrillo rojo y recientes ventanas de PVC blanco, con la majestuosa escalera central en espiral y totalmente acristalada.
Cada planta con una o varias especialidades…Traumatología, cardiología, oncología, etc.…, y en cada especialidad un determinado numero de pacientes, atiborrados de fármacos para todo tipo de patologías y lesiones.
Cada paciente, cada ser humano de ese hospital, con una situación real diferente, unos para volver a la vida y otros para conectarse de nuevo con la nada o con el todo, según se mire.
Sumergido en estos pensamientos, apenas percibo esa voz que me susurra al oído: ¿qué? ¡Ya es hora de volver! ¿No? La cena es a las ocho y media,  y faltan pocos minutos.
Respondo, casi mecánicamente: Bien; vale; volvamos.
Mientras la persona que me acompaña, empuja la silla de ruedas, me pregunto:
¿Cuándo voy a utilizar mis manos para desplazarme?¿Cuando voy a mover estas ruedas?, ¿Cuando voy a dejar de ser un paciente con pequeñas complicaciones y asumir mi condición de paraplejia permanente?
Continuar con esta vida, no es lo más difícil.
Asumir las nuevas reglas de juego, eso si me parece una tarea imposible.
¡Bueno, de momento vamos a cenar!
Quizás mañana, extienda mis brazos y mis manos se aferren a las ruedas.
Ese día habré vencido al miedo.



Autor: Bitarracho

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