Jadear es contagioso



He leído el relato de Juan José Millas, “El que Jadea” http://www.barcelonareview.com/36/s_jjm_1.htm y viene a mi memoria una anécdota de cómo el jadear puede resultar contagioso.

En el bloque de viviendas donde vivo, había una joven pareja que regentaba un bar en la planta baja y que a su vez vivía de alquiler en uno de los pisos altos.


En el piso contiguo al de esta pareja, vivía una señora con su nieta adolescente.

Pues bien un día esta abuela le hizo unas confidencias a mi mujer sobre la pareja vecina.
La buena señora estaba totalmente escandalizada, con los jadeos casi diarios de esta pareja. El volumen de los jadeos  superaban en algunos decibelios el volumen del televisor de esta señora.

Resulta que los jadeos se producían de forma habitual a altas horas de la noche cuando la televisión de esta señora no podía atemperar el sonido de los mismos, ya que obviamente lo tenía apagado.
La gota que colmó el vaso, sucedió la noche en que esta señora descubrió  a su nieta adolescente jadeando silenciosamente en su habitación, al poco de acostarse.

Al día siguiente, increpó enérgicamente a la vecina jadeadora, diciéndole que todos sabemos jadear  y que no era necesario hacerlo tan escandalosamente.
Como respuesta recibió una amplia sonrisa de la jadeadora.

Al poco tiempo la abuela puso en venta su piso y se fue con su nieta a vivir en otro bloque del mismo barrio. Su piso lo compro un amigo mío.

A nivel personal debo decir que desde aquella anécdota, cada vez que entro en el bar de los jadeadores y recibo la sonrisa de la jadeadora, siento unas tremendas ganas de jadear, y no seria la primera vez que he jadeado con su recuerdo.

Un día consulté a mi amigo y nuevo vecino, sobre si sus vecinos eran tranquilos o ruidosos.

Su respuesta fue que de forma habitual tenían el volumen de la “porno” un poco alto, pero que por lo demás eran muy tranquilos y amables.

Autor: Bitarracho

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