El burro al abrevadero
Dicen que podrás llevar el burro al abrevadero, pero no podrás hacerle beber, o también que nunca harás crecer un árbol tirando de él.
Siendo un
niño, entre mis labores, además de los deberes escolares, se encontraba el
acercar a los animales de casa, vacas, ovejas, etc… hasta un abrevadero
cercano.
El animal
que más me gustaba llevar al abrevadero era un burro viejo, muy sabio,
inteligente y tozudo. Me montaba sobre su lomo y con una pequeña vara le
arreaba, dirigiendo su cabezada con la otra mano.
Resultó que
un día soleado al atardecer, me dirigía con él al abrevadero y la cuestión es
que no pudimos alcanzar el mismo, y tuvimos que volver a casa.
Aún recuerdo como, clavando sus patas delanteras y con
las orejas gachas, el jodido jumento de pronto se paró a escasos metros del
abrevadero, justo por donde circulaba el agua de descarga del mismo, y fui
incapaz de que diera un paso más, hacia adelante.
En mi
ignorancia, no entendía lo que pasaba. Bebiera o no siempre llegábamos al pie
de la pila llena de agua, donde un tubo conectado al manantial descargaba el
agua. Allí desmontaba y apoyándome en la pila esperaba paciente y tranquilo
como el animal saciaba su sed.
Bueno, pues después de aquel día, para mí el dicho con el que he iniciado este relato no es cierto del todo “Podrás llevar el burro al abrevadero, si él quiere y no podrás hacerle beber, si el no quiere”.
Nada extraño sucedía, simplemente que junto al pequeño arroyo, a escasos metros del abrevadero y justo enfrente de donde se plantó el burro, había una pequeña víbora, probablemente saciando su sed.
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