No es lo qué parece
Mi hermano sube corriendo las
escaleras que dan acceso a la cocina y cuasi gritando le espeta a mi madre “¡el perro se muere! ”, “¡seguro qué nos lo han envenenado!”.
Mi madre también se alarma y pregunta
“¿Qué le pasa? ” al tiempo que se
prepara para acudir en auxilio del animal.
Acuden los dos juntos y tratan de
reanimarlo. El perro yace en el suelo tendido de medio lado, con sus cuatro
patas estiradas, la lengua fuera de la boca y los ojos cerrados. A su lado el
cuenco de comida está completamente vacío.
Tratan de reanimarlo dándole unos
golpecitos en el lomo, levantándole la cabeza y… ¡nada!, el animal, fiero donde
los haya, es un peso muerto.
Lo colocan sobre una vieja manta y
vuelven cabizbajos hacia la casa.
Pasó la noche y al día siguiente, el
perro estaba junto a su chabola con las orejas gachas y el rabo caído, pero con
buen aspecto.
Algunos especulamos sobre si el pobre
animal tenía algún grado de epilepsia o algo parecido y la necesidad de
llevarlo al veterinario, para realizarle algunas pruebas.
Mi madre le quitó importancia al
asunto y dijo que si el perro estaba bien, mejor dejarlo.
Este hecho pasó al inicio de la
primavera y desde entonces hasta el otoño, el perro se mantuvo con su energía
habitual.
Llegó el otoño y como todos los años,
mi madre se dispuso a realizar la recogida de zarzamoras para elaborar una rica
mermelada. Recogió unos cuantos kilos por los zarzales que cerraban las huertas
y los prados anexos al caserío.
Mi madre comenzó la elaboración de la
mermelada y yo me dispuse a ayudarla, recogiendo los restos de la cocción de las
zarzamoras. Restos que mi madre retiraba del cedazo, comúnmente llamado chino o
pasapurés y yo los depositaba en el cuenco de la comida del perro, en mi idea de qué al tratarse de un producto
natural, con fibra, rico en carbohidratos, antioxidantes , etc, qué al ser
mezclados con otros restos de comida, de cocido o de carnes, el perro los
deglutiría sin ningún problema.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando me
acerqué al animal con el cuenco lleno de “exquisita comida”, y este se apartó de mí, agachando sus orejas
y metiendo el rabo entre sus patas.
Volví donde mi madre y le conté la actitud
del perro y mi sorpresa fué aún mayor cuando me dijo, qué ella sabía el
porqué.
Entonces me contó algo que se había guardado
para sí, desde qué el perro fué presuntamente envenenado….
Los animales tienen memoria. Esa
memoria animal también está en el ser humano, aunque a veces nos falle el
recuerdo debido a una edad avanzada o al
deterioro o destrucción de nuestras neuronas.
Los cánidos, entre ellos los perros son
capaces de distinguir muchos olores diferentes dentro de un mismo ambiente o
medio, el olor corporal de las personas, rastros de orina, su comida favorita,
etc… Los registros del olfato y el oído conforman la mayor parte de su memoria.
Vuelvo al relato de mi madre. Ella
supo desde el primer día que vió al perro postrado, qué era lo que le sucedía y
calló. Calló hasta este momento.
Resulta que el día que el perro pareció
ser envenenado, tenía entre su comida zarzamoras, zarzamoras enteras con las
que mi madre había elaborado un exquisito licor de moras, dejándolas en maceración
durante unos tres meses.
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