Prejuicios

Transcurrían los principios de los ochenta.

La cena había sido de sota, caballo y rey, regada con el incesante y alegre escanciado de la sidra local, algo que solo era posible disfrutar  en aquellos lares.


Después de tres días y parte de sus noches, habíamos dado por buenas las pruebas funcionales de aquellos equipos y sistemas con destino a Suez (Egipto).
Quedaban por realizar al día siguiente, las demos finales del proceso, ante los dos inspectores del cliente (Refineria de Petroleos SuezOli), dos privilegiados del régimen del último faraón de los dominios del Nilo, el recién destituido Hosni Mubarak, que habían sido enviados al “corrupto” occidente para presenciar dichas pruebas.

No era intención de ningún técnico involucrado en el proyecto, el realizar horas extras para satisfacer las exigencias coránicas de los dos seguidores del profeta, los cuales durante los días precedentes nos habían mostrado sus reticencias  a las comidas de un país, en el que los derivados del galufo están presentes en los sitios mas insospechados.
Por este motivo, nuestro comercial local, Alejandro, se  las había ingeniado para que estos dos visitantes disfrutaran por sí mismos de la tarde y noche en la bella ciudad de Xixon.

Así que, libres de prejuicios gastronómicos, nos había hecho este homenaje personal, en una de las mejores sidrerías de la zona.

Pasada la cena y después de un corto paseo por el puerto marítimo, Alejandro  nos sugirió tomar unas copas, en un lugar selecto del centro y tuvo que soportar nuestras bromas, cuando le recordamos la última salida, en la que nos llevó a un bar de la zona alta del barrio de pescadores, diciéndonos que hacía mucho mucho tiempo, que no había estado por allí.

Recuerdo las caras de aquellas viejas prostitutas, esos tristes ojos llenos de una humanidad, que ya quisieran para si algunos púlpitos y también como, al entrar en aquel antro, descubrimos el cochambroso escenario donde un tipo con sombrero andaluz rascaba las cuerdas, mientras otro con la voz cascada y rota, balbuceaba una mezcla de copla y flamenco.
Antes de terminar de servir nuestras consumiciones, la señora que atendía la barra dirigiéndose a Alejandro dijo. ¡Qué Alex! ¿Hoy no coges la guitarra?
Creo que esta señora, no entendió nuestra sonora carcajada.

Mientras recordábamos esta anécdota, nos presentamos en el centro y pasamos al interior del selecto bar, donde efectivamente, el ambiente era completamente distinto al descrito anteriormente.
La barra estaba atendida por un joven con huellas de gimnasio, clembuterol y proteínas; y con sus musculosos brazos desnudos, cubiertos de coloridos “tatoos”.

Había un pequeño escenario, donde una chica ligera de ropa, realizaba un baile erótico siguiendo las notas de una música suave que permitía mantener conversaciones distendidas en un tono medio-alto.

Pequeños grupos de hombres y mujeres charlaban y varias parejas en actitud íntima intercambiaban sonrisas,  juntando y separando sus cuerpos al ritmo de la música.
Nos acercamos a la barra y solicitamos unas consumiciones. Una vez servidos, mis tres compañeros se separaron de la barra y formaron un grupo con otras tantas chicas, que surgieron, de no se sabe dónde.

Permanecí sentado en aquel alto taburete; y apoyado en la barra, comencé a deleitarme con la imagen de aquella rubia chica que se contoneaba sobre el escenario.

De pronto sentí que alguien se había aproximado y…allí estaba ella, apoyando sus manos sobre mis rodillas. Me giré y la miré de frente.

- ¡Hola! ¿ Qué tal?,¡Te gusta la chica!, ¿No?
- No está nada mal. Sabe moverse.
- ¿Estás solo?
- Sí y no. Todos estamos solos. He venido con los tres de ese grupo.
- ¡Oye!, ¿Te invitas a algo?
- Bueno. Pide lo que quieras sin pasarte y dime como te llamas.
- Katia, respondió.
- Ese será tu nombre de guerra ¿No?. El mío de pila, es Juan Carlos (mentí también).  

Se había roto el hielo y ya estaba sintiendo sus manos rodeando mi cintura.
Se había acercado y metido entre mis piernas abiertas.

Con un gesto de cabeza apartó su negra cabellera, dejando libre su cara y acerco su cuerpo al mío.
No parecía nada espectacular, sin embargo sus profundos ojos negros, sus labios carnosamente sensuales y…esa negra cabellera ejercían sobre mí una atracción irresistible.
Su suave y dulce voz me gustó.
Me insinuó varias veces pasar a los reservados y después de varias negativas por mi parte (yo no estaba dispuesto a romper mis habituales reglas de discreción), estaba decidida a que fuera con ella sin más, por la “patilla”.

Por supuesto mi negativa a entrar en su juego no obedecía a una falta de estímulo o deseo por mi parte, sino a no querer romper los prejuicios de mi imagen a terceros.

Mis compañeros seguían nuestras evoluciones con aparente indiferencia.
Finalmente entramos en un contacto más íntimo, siempre con el escudo de la vestimenta.
Hubo un momento en que pensé que ella podía estar pasando esos críticos días mensuales, puesto que mis manos no conseguían pasar la barrera de su ropa intima y sentir la suavidad buscada.

Recordé mi época juvenil, cuando aquel pastor de ovejas del pueblo, nos llevó a mi y otros adolescentes al barrio chino local para que conociéramos los lugares de alterne de algunos hombres, y nos indicó que …de contactos boca a boca nada de nada y que si no podíamos percibir con nuestra mano el sexo femenino…menstruación segura.

Abandoné mis pensamientos y me entregué a la corriente que recorría mi cuerpo.

Llegó un momento en que mi excitación y mi deseo, vencieron a mis prejuicios.
Ya no aguantaba más y dije:
¡Vale! Vamos, pero con preservativo y yo no tengo.
No te preocupes, respondió ella. El chico de la barra nos lo pasa.
Nos acercamos hacia el fondo de la barra y el musculitos extendió dos sobres durex sobre la barra.
Tomé uno y él me dijo: Anda y coge los dos.
Respondí: ¿Que es?..¿Por si se rompe?
No, Uno para cada uno.

Cuando diez minutos después, salíamos del local, Alejandro me dijo: No te preocupes. No serás ni el primero, ni el ultimo que ha dado marcha atrás. Como tampoco hubieras sido, ni el primero, ni el último, que rompe sus prejuicios.

Y continuó…José Antonio ó Katia como quieras, es muy apreciada por la empresa, debido al alto grado de satisfacción de sus clientes. Aquí es muy popular.

Mis compañeros no quitaban la sonrisa de sus caras.

Tratando de aparentar que había superado el trago, respondí: Me acabáis de fastidiar el solitario de esta noche.

Esa noche me costó conciliar el sueño…su imagen, su psiquis, todo en ella, para mí era… mujer.
                                                                        

Autor: Bitarracho

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