En Formación Profesional



Finales de los sesenta del siglo XX, en plena Dictadura Franquista y en el primer curso de formación profesional de una escuela de empresa.
Ahí me encontraba yo, madrugando y mucho, para recibir una formación que me asegurara un puesto especializado en la cadena laboral. Un trabajo para “toda la vida” como se decía entonces.
La escuela de aprendices, como se denominaba, tenía un programa de jornada laboral completa. Los profesores pertenecían a la plantilla de empleados y obreros de la empresa e impartían clases en aulas y en talleres dependiendo de la materia.
Por supuesto, además de las asignaturas de formación técnica,  había asignaturas propias de aquella época como Religión y Formación del Espíritu Nacional. Por cierto, esta última con un texto del Ministro de Información y Turismo de la Dictadura (Manuel Fraga Iribarne).
Los grupos que teníamos clases en aulas por la tarde sufriamos el hándicap de quedarnos “sopas” después de la energética comida que nos servían en el comedor de la empresa. Las chicas o señoras que servían los cocidos, cuando aparecían los aprendices, pasaban el cazo por la superficie del puchero y nos servían unos platos con alto contenido de grasa. “ Venga chaval qué estas creciendo”, decían.


Allí estábamos unos cuarenta de esos chavales, después  de comer, en aquella aula sin aire acondicionado y con más de treinta grados, en clase de Religión.
Don José, el cura, que ya descansa en Paz, nos estaba soltando todo un sermón sobre un tema clave para nuestra formación: La Inmaculada Concepción de María y la Castidad.
Recuerdo que a duras penas podía mantener mis párpados abiertos y como me encontraba en primera fila, mi batalla personal no se encontraba en seguir la ininteligible verborrea de Don José y sus apuntes sobre lo arriba mencionado, sino en disimular mi somnolencia.
De pronto apareció nuestro “angel salvador”, un repetidor de curso, que se encontraba en la última fila.
Jamás, en los tres años que duró mi formación en esa escuela, ví a ningún profesor, tan acalorado, tan agresivo y  tan fuera de sí, como ese día al “bueno” de Don José.
  

Se dirigió a este chico, llamándole sinvergüenza, sacrílego y no recuerdo exactamente cuantas cosas más. Le mandó salir y no volver nunca, porque no lo quería en su clase. No recuerdo si este chico volvió a clase de Religión, pero nunca olvidaré, el alivio que sentí ante este incidente. Con el transcurrir de los años, realicé un acto de apostasía y renuncié al Credo de Don José y a cualquier otro.
Bueno aquí va la pregunta-afirmación que nos sacó del letargo y que enfureció a Don José
-       ¡Don José!
-       Sí?... ¡Díme!
-       ¡Me va a decir usted y nos va a hacer creer, qué usted nunca se la ha….!
(haciendo con la mano el gesto de masturbación masculina)


Autor: Bitarracho   

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